En los 60, el MIT creó ELIZA, una aplicación que recreaba la conversación entre paciente y terapeuta. Fue el principio de una nueva forma de tratar a los pacientes.
Te escribe todos los días, más o menos a la misma hora. Te pregunta por tu estado de ánimo. Siempre tiene palabras de aliento. Siempre te hace ver las cosas con más claridad, más allá de esos agobios y ansiedades momentáneas que nos hacen perder la cabeza. Además, siempre está disponible para tener una pequeña conversación cuando tienes un problema. Día y noche. Podría decirse que es una buena persona, un buen profesional de la psicología, si no fuera porque…. porque no es una persona.
Woebot es un robot de asistencia psicológica. Ese ser que chatea contigo cuando todo se pone feo, ese que se preocupa a diario por tus emociones es simplemente un programa informático, inteligencia artificial especialmente diseñada para tratamientos psicológi-cos cotidianos. No hay nadie detrás, más allá de los ingenieros que la crearon. Pero va aprendiendo de sus miles de experiencias con miles de pacientes, y da el pego.
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Este tipo de chatbots son solo un ejemplo extremo de cómo la tecnología está incidiendo en el campo de la atención psicológica. Las llamadas ciberterapias son acogidas de buena gana por muchos psicólogos, sobre todo para tratar determinados procesos, pero también causan ciertas inquietudes, en especial en el tratamiento de los datos.
“Hay un grupo de ciudadanos, cada vez más numeroso, que ha nacido en un mundo digital. Ese mundo es tan real como el analógico y si no ofrecemos alternativas a los jóvenes, estamos liquidados”, explica Felipe Soto Pérez, profesor de la Universidad de Salamanca e investigador de la Fundación Intras. La incorporación de las nuevas tecnologías al campo de la psicología parece tan inevitable como en otras tantas disciplinas. Si escuchamos música o vemos cine en casa y pedimos comida rápida a domicilio, ¿por qué no vamos a hacer terapia de manera no presencial?
La prehistoria de la intersección entre psicología y tecnología se remonta al programa ELIZA, desarrollado en los años 60 en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), una aplicación que trataba de mantener una conversación coherente con un humano. Este programa se utilizó para recrear el tipo de charla que se da entre un paciente y un psicoterapeuta, siguiendo las líneas de la psicología centrada en la persona, del estadounidense Carl Rogers, en la que el terapeuta trata de tirar de la lengua al paciente para llegar a lo hondo de su psique con preguntas sencillas como “¿por qué dice usted eso?”, “¿está seguro?” o “desarrolle esa idea”.
ELIZA no tenía memoria ni aprendía de sus conversaciones con los usuarios. Después de otros intentos de terapia por ordenador, la llegada de Internet y la inteligencia artificial supuso una explosión en este campo. A día de hoy, la sanidad pública británica, el National Health Service, ya ofrece un catálogo de apps validadas científicamente para tratar problemas psicológicos que se pueden utilizar desde el smartphone.
En este escenario el asunto de los datos no es cuestión baladí: a través de ellos pueden espiarnos, conocer nuestros gustos, anticipar nuestras acciones e incluso manipularlas. Imagínense, en el caso que nos ocupa, que nuestra empresa o un entrevistador laboral conocieran nuestros estados de ánimo o nuestras intimidades psicológicas. Los expertos consultados, sin embargo, aseguran que sus aplicaciones no venden sus datos a ninguna otra empresa y que uno puede utilizarlas sin dar información personal e incluso a través de una cuenta de correo anónima, para proteger la identidad del usuario. Eso sí, este tiene que asegurarse de que la terapia se realiza a través de vías seguras y certificadas para mantener la confidencialidad. “Todavía no hay una normativa sobre este asunto”, dice Soto, “aunque nos digan que no va a haber fugas de información, que son sus propios servidores, que controlan los datos, no se puede evitar que se hagan pantallazos a los chats o que se graben las videoconferencias”. Este es uno de los grandes retos del tratamiento psicológico a través de Internet.
Terapias a distancia
El uso más común de las ciberterapias es precisamente el trato a distancia que abarata los costes, facilita encajar las consultas en los difíciles horarios laborales, permite llegar a zonas con cobertura sanitaria deficiente (véase la España vacía o vaciada) y también ayuda a aquellos que sienten estigma por acudir a la consulta del psicólogo (cada vez son menos). Y para otros muchos casos: “Estando en un restaurante con un amigo sufrí un fuerte ataque de pánico y a partir de ahí encontré que me costaba salir de casa, estar en espacios públicos”, explica Pedro, un paciente valenciano en la treintena. La aplicación iFeel le vino de perlas para tratarse psicológicamente sin salir de su domicilio. “Y con éxito”, añade.
iFeel es una aplicación española que reúne a 150 psicólogos en su red y da servicio a 250.000 usuarios a nivel global. “Es una aplicación 100% humana”, explica el cofundador Martín Villanueva, “a través de ella conectamos a personas en busca de psicólogo con el terapeuta que mejor se ajusta a sus necesidades”.
Como señala Villanueva, esto es importante: la relación que se desarro lla entre paciente y psicólogo, la alianza terapéutica, es un factor muy influyente en la terapia, y es difícil de controlar. “Hay muchas personas que no dan con el psicólogo que les convendría y acaban dejando la terapia”, añade. Luego se inicia una relación a distancia que puede ser mediante videollamada o mediante chat sincrónico (en tiempo real) o asincrónico (en diferido). Por medio de técnicas de inteligencia artificial, que registran la evolución del estado de ánimo (un “diario de emociones”), la aplicación recomienda diferentes herramientas a la medida del paciente: artículos, audios, meditaciones guiadas, relajaciones, etcétera.
Esa importancia de la relación entre paciente y psicólogo es, a la vez, uno de los escollos de la ciberterapia a distancia: a pesar de los avances, hay matices en la relación directa entre seres humanos de carne y hueso que nunca se podrán reproducir a través de un chat o de una pantalla. De hecho, el método ciberterapéutico tiene otras limitaciones: “Si hablamos de psicopatías severas, tales como brotes psicóticos o trastorno bipolar, su utilización no es recomendable”, explica Vicente Prieto, psicólogo clínico vocal de la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. “En cambio, sí se pueden trabajar vía Internet las fobias, la ansiedad o el estrés”. Y también sus dificultades: “No existe formación suficiente sobre el uso de las terapias mediadas por tecnología, no se ha incorporado en el currículo universitario más allá de algún curso, y eso dificulta la investigación”, explica Soto.
Una araña donde no la hay
Técnicas como la realidad virtual (RV) o la realidad aumentada (RA) también tienen su utilidad en lo psicológico. Por ejemplo, una persona que tenga miedo a volar en avión o a las alturas puede colocarse en uno de estos contextos gracias a la RV, mientras que alguien que tenga miedo a las arañas (aracnofobia) puede ver una araña sobre su mano mediante RA sin que el artrópodo esté en realidad ahí. “De esta manera la persona puede rebajar sus niveles de ansiedad en un entorno seguro”, explica Prieto, “son técnicas cada vez mejor desarrolladas”.
La aplicación Searching Help, creada por la agencia Yslandia y el Servicio de Psiquiatría del Hospital 12 de Octubre, sirve para detectar si un paciente psi cótico busca ideas delirantes o sobre suicidio en internet y redes sociales, y así prevenir desgracias. “Durante el proceso se confirmó algo que intuíamos: cuando una persona tiene un brote psicótico, utiliza las redes sociales de una manera característica”, explica Borja Anguita, responsable de tecnología e innovación de Yslandia. Esos comportamientos online pueden ir desde solicitar amistades de forma compulsiva, como 100 de una vez, o dar 150 me gusta en poco tiempo, una hiperactividad que a los psicólogos y psiquiatras les puede decir algo, más allá de la extrañeza de familia y amigos. “Es como si estuvieran dando gritos en silencio”, apunta Anguita. Las búsquedas en Google también son muy reveladoras para detectar personas que investigan formas de suicidarse o hacerse daño. De hecho, si uno busca en Google maneras de quitarse la vida, le aparecen como primeros resultados algunos números de teléfonos para la prevención del suicidio.
Una aplicación interesante de la ciberterapia es la asistencia telemática Psicall, que realiza la Clínica Universitaria de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, donde trabajan 24 operadores y 6 supervisores. En ella se atiende a las solicitudes de los alumnos sobre temas psicológicos, a través del teléfono, del email, chat, etcétera. “Hemos atendido intentos de suicidio, violaciones, agresión sexual, bullying… La casuística es muy variada”, dice Cristina Larroy, la directora de la clínica. “Pero los casos más frecuentes tienen que ver con desorientación, novatadas, trastornos adaptativos, falta de sentido de la vida, etcétera”. Si la asistencia telemática no es efectiva, se pone a disposición de los alumnos la terapia presencial.
El problema que Larroy le ve a este tipo de terapias es que no todo el mundo sabe utilizar bien las tecnologías. Por ejemplo, existe una brecha digital que separa a las personas de mayor edad. “Aun así, están suponiendo una revolución importante”, dice la directora, “es muy útil para jóvenes de 18 años que están llorando en casa, que no hablan con sus padres y a los que les da vergüenza ir a un psicólogo… Esta es su solución”.